12 de junio de 2010
Recuérdame amor
Joaquín estaba sentado en el piso y recargado en la cama, con la mirada perdida en el espacio, recreando una y otra vez, las palabras de Marcela, esas imágenes que se le habían quedado clavadas en la mente, en el corazón y quizás también en la garganta, pues no había sido capaz de pronunciar palabra, ni siquiera un grito que lo liberara del dolor, de la culpa…
Marcela y Joaquín eran novios desde hace tres años, desde hace uno que vivían juntos; pero la relación ya no era lo mismo, se iba apagando con el paso de las horas, los minutos, los segundos… ellos se apagaban poco a poco, ella se extinguía lentamente, él aguardaba en su agonía impotente.
Habían sido dos jóvenes llenos de vida, de ilusiones y planes comunes, pero en un par de años envejecieron, y no, no fue su cuerpo el que se marchito, porque aun ella lucía radiante en los días especiales, y el orgulloso y feliz a su lado, cuando todos los envidiaban.
- Hoy voy salir – dijo Marcela que parecía distante.
- Perfecto ¿Y a que hora llegas? – contestó Joaquín, en un destello de felicidad.
- No lo sé Joaquín, no sé a que hora llegue. – Marcela le respondió fríamente.
Joaquín supuso que era algún desayuno con sus amigas, que por fin la habían convencido de salir. Él despreocupado, tomó las llaves y salió a dar una caminata matutina, aquel día había comenzado felizmente después de todo, sin peleas, ni reclamos.
De regreso a casa pasó por un café. Una extraña sensación le recorrió el cuerpo al insertar la llave en la cerradura de la puerta del departamento, abrió lentamente, con miedo, pero entró, y muy despacio cerró la puerta. Pudo sentir la presencia de Marcela, aun no se había ido quizás, pero se sentía extraño, mas extraño que todos estos meses de tenerla y no en casa. Marcela había cerrado todas las persianas, el departamento parecía aun mas oscuro de lo que de por sí ya era, sus llaves estaban sobre la mesa, aun ella no había salido.
- Marcela, mi amor ¿aun no te has ido?
Pero no hubo ninguna respuesta. Joaquín caminaba lentamente, casi arrastrando los pies. Se percató de que la casa estaba hecha un desastre, había ropa y basura tirada por todas partes, ‘quizás deberíamos contratar a alguien para que hiciera la limpieza’ pensó. Entró a su recamara, estaba totalmente oscura, prendió la luz y llamó de nuevo:
- Marcela – esta vez fue casi un grito desesperado
La angustia y el miedo se apoderaban de él. Pero también percibía una cierta sensación de tristeza, pero esta no le pertenecía a él, simplemente estaba en el aire, cualquiera la hubiera percibido. Vio la puerta del baño entreabierta. Marcela cada vez empeoraba, sus crisis en los últimos meses, la habían dejado mas cambiada que nunca, sus ojos ya no eran de aquel brillo avellana, ahora se veían rojos por el llanto, sus labios ya no eran la fruta besable que Joaquín conoció, ahora eran ásperos y marchitos, su semblante, esa expresión cándida como la de una niña, había cambiado tanto, que Joaquín sólo guardaba el recuerdo de la chica de la que se enamoró. Él no quería perderla, pero sentía irremediablemente que ya la había perdido, y sin darse cuenta de cómo o cuando sucedió exactamente. Al entrar al baño y encontrarlo vacío, por un momento exhaló un suspiro de alivio, pero inmediatamente después, su corazón se oprimió.
Entonces empezó a correr con desesperación por todas las habitaciones del departamento, no hizo falta que corriera demasiado, al entrar a la cocina con la mirada baja, lo primero que vio fueron los pies de Marcela, y al subir la vista la vio a ella colgando como un péndulo de una viga de la cocina. Observó después la silla que había utilizado para subirse ahí, que yacía botada relativamente lejos del punto, pero justo debajo de ella había una nota que sentenciaba: “Recuérdame como antes fui. Marcela”.
Joaquín lloraba en silencio, no podía hacer mas, su cuerpo temblaba. Tomó la silla que estaba tirada, y la colocó de nuevo para bajarla. Por poco y cae al suelo al recibir el peso de lo que había sido Marcela, pero de todas formas, ahora le parecía que pesaba mucho menos.
La tomó en sus manos y la llevó a la recamara que compartían, la tendió en el suelo y él estaba sentado en el piso y recargado en la cama, con la mirada perdida en el espacio, recreando una y otra vez, las palabras de Marcela, esas imágenes que se le habían quedado clavadas en la mente, en el corazón y quizás también en la garganta, pues no había sido capaz de pronunciar palabra, ni siquiera un grito que lo liberara del dolor, de la culpa…
Y escuchaba voces, voces que le reclamaban, otras lo enjuiciaban, lo condolían, le gritaban; pero él no dejaba de preguntarse ¿Desde cuando había tenido a Marcela muerta con él?

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Autora

- Monyenka
- Soy estudiante de Pedagogía y en mi tiempo libre me gusta escribir. Espero que te guste!
2 comentarios:
Interesante, buena narración.
I love it!!
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